Bienvenidos a mi blog particular donde espero que os sintáis como en casa y donde están guardadas muchas cosas buenas y no sólo la esperanza como en la caja de Pandora.

Disfrutad y pasad un buen rato, espero que después de recorrer mi Caja Particular salgáis sabiendo algo más de mí. Y por supuesto, cualquier opinión es bienvenida.

Saludos, un beso y un fuerte abrazo. Elo.

lunes, 13 de agosto de 2012

La vida es un juego



“Cabrón! Me lo prometiste!!”… aún oigo los gritos de ella en mi cabeza y su mirada de desilusión llena de lágrimas mientras arrojaba al suelo mi maleta conteniéndose para no abalanzarse sobre mí y darme una bofetada.

No supe qué hacer, me quedé allí plantado delante de ella pidiéndole perdón con la cabeza baja. Luego unas palabras brotaron de mis labios “pero te lo he contado, te lo he dicho”.

“Fuera!!” me chilló. Le dí la espalda, cerré la puerta de casa detrás de mí y empecé a caminar sin rumbo.

Camino lentamente con las manos en los bolsillos y saludo a un par de personas. Miro el reloj del poste luminoso de la esquina. Pasan unos minutos de las tres de la tarde. Aún falta casi una hora para entrar a trabajar en el turno de tarde.
Me dirijo al bar de siempre y al entrar saludo a Ramon, el dueño, pidiendo un café en la barra.
La televisión habla sobre fútbol y hablamos del dineral que ganan los futbolistas por vivir como reyes, los muy cerdos.

Termino el café y le doy un billete de 20 euros para que me cobre.
- Oye, dame cambio para la máquina. – así que me devuelve todo el cambio en monedas de euro.

La tragaperras que está al lado de la puerta de entrada es la que más me gusta. Está iluminada y la cancioncilla no para de sonar una y otra vez. Echo la primera moneda, le doy al botón y las campanas, las naranjas dan vueltas en las ruedas pero no hay suerte.
Ni con el segundo euro. En diez minutos gasto las monedas que llevo encima así que me acerco a la barra y le digo a Ramón que me cambie otro billete de veinte.

Me viene la imagen de Mónica un segundo junto con una sensación incómoda de culpabilidad pero rápidamente se desvanece al echar la siguiente moneda. Sólo tengo suerte una vez y gano unos 4 euros pero también acaban dentro de la máquina.
Miro la cartera pero ya no llevo más dinero encima así que me voy a trabajar.

Hacía años que el juego se había apoderado de mí. Llegué a caer en tal pozo que gasté todo el dinero que tenía y tuve que vender mi casa para pagar mis deudas. Mi lucha llegó al punto de hacerme romper mis tarjetas de crédito y pedir duplicados al día siguiente o robarle dinero a mi família.

Un día decidí que era suficiente y me apunté a un grupo de terapia. Iba dos o tres veces por semana y aunque había días que casi caía de nuevo, conseguí mantenerme apartado.
Luego conocí a Mónica y empezamos un futuro juntos. Desde el primer día le hablé de mi enfermedad pero no pareció asustarse, ella decía que era valiente y que estaría a mi lado si la necesitaba.

Pasaron unos años tranquilos que parecían normales aunque por prevención no podía acceder a mi propio dinero sin autorización, no tenía tarjetas de crédito y Mónica era la que administraba el dinero y me daba cada día lo que podía gastar.
Bajamos la guardia sin querer o yo en el fondo quizás busqué esa situación y empecé a tener más posibilidades de tener el dinero a mi alcance. Un día sin saber porqué eché un euro que me sobró del cambio del tabaco y aquélla sensación tan placentera volvió a entrar en mí para quedarse.

Desde entonces buscaba excusas increíbles: haber perdido el dinero, comprar y gastar algo del cambio, etc. Rebuscaba en los bolsillos de Mónica, empecé a coger de su monedero pequeñas cantidades para que no se diera cuenta pero cada vez necesitaba más.
Al final le confesé que había jugado alguna vez, “un par de veces, te lo juro, sólo unos euros” le dije.
Me apoyó, me acompañaba a terapia y hablábamos de cómo me sentía si tenía ansiedades pero aquello sólo duró unas semanas. Enseguida volví a buscar dinero por los rincones y a gastar lo que podía sin que ella no se percatara.

Me supo a poco, necesitaba más dinero con el que poder estar más tiempo delante de una máquina o dentro de una sala de juego. Así que empecé a frecuentar algunos grandes almacenes para cometer pequeños hurtos y luego revender la mercancía a cualquier persona que se interesara.

Se convirtió en rutina, robaba diariamente en cualquier establecimiento en el que viera una pequeña oportunidad pero ésta mañana cometí algún error.
Compré como siempre algo insignificante, algo para excusar mi entrada y salida sin levantar sospechas cuando un par de guardias de seguridad me dijeron que les acompañara justo al salir del supermercado.

Me encerraron en una habitación y me registraron encontrando varias cremas de marca y algunos perfumes. Decidieron no denunciarme a la policía pero llamaron a Mónica. Yo estaba aterrado pero no sabía si era porque me habían atrapado o por tener que enfrentarme a ella.

Cuando llegó entró casi sin mirarme y escuchó al dueño de la tienda con expresión seria, prometiendo que no volvería a pasar y dando las gracias porque no presentaran cargos contra mí.
Volvimos a casa en silencio pero notaba su ira contenida, su tristeza, su miedo y su incomprensión.

Al entrar por la puerta me miró largamente y sin reaccionar hasta que se dirigió a nuestro dormitorio y la seguí. Ví cómo cogía una maleta y metió algunas de mis cosas, la cerró y la tiró con furia a mis pies. Gritó:

“Cabrón! Me lo prometiste!!”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por escribir.
Me encanto volver a leer tus relatos .
Soy un exjugador ,que quiere ,rehacer su vida..Saludos