Bienvenidos a mi blog particular donde espero que os sintáis como en casa y donde están guardadas muchas cosas buenas y no sólo la esperanza como en la caja de Pandora.

Disfrutad y pasad un buen rato, espero que después de recorrer mi Caja Particular salgáis sabiendo algo más de mí. Y por supuesto, cualquier opinión es bienvenida.

Saludos, un beso y un fuerte abrazo. Elo.

martes, 3 de febrero de 2009

La Foto


Lola solloza entre mis brazos con los ojos cerrados. Su respiración es agitada pero se va acompasando poco a poco. Relaja las manos que hasta hace un momento me apretaban la espalda y deja caer su cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la almohada. Vuelve a besarme con sus labios todavía hinchados y sonríe satisfecha.
Todavía dentro de ella me apoyo sobre su pecho recuperando el aliento y ella juguetea con un mechón de mi cabello.
- Cariño, cada vez es más increíble que la anterior – me susurra.
- Si, ha estado muy bien – le respondo besándola.
Separamos nuestros cuerpos y ella me da la espalda. La abrazo desde atrás y toco delicadamente sus pechos caídos, algo arrugados, que ya no son lo que en su día fueron. Le acaricio el estómago mientras poso mis labios sobre su hombro. Su respiración es acompasada, se ha dormido rápidamente.

Intento sacar mi brazo de debajo de su cuello sin despertarla y me levanto de un salto. Salgo de la habitación desnudo y voy a la cocina. Abro la nevera y cojo un zumo. Empiezo a pasear por la casa con curiosidad. "Esta vieja está forrada" – pienso. Me asomo a la ventana del salón, está amaneciendo y apagan en ése momento las luces de la ciudad que se extiende a mis pies.
Recuerdo el día que conocí a Lola en aquella discoteca mediocre, llena de gente madura buscando una nueva ilusión. Yo solía dejarme caer por allí algunas veces. Me gustaba notar las miradas de deseo de aquellas mujeres mayores que yo, sentirme el león atrapado que sin embargo es el rey y escoge a sus presas.
Aquella noche no había mucha gente en el local. Me paseé tranquilamente hasta llegar a la barra y pedí un whisky. Entonces la vi a mi lado.
Era una mujer cincuentona, rubia, muy arreglada, queriendo engañar al tiempo con su peinado de peluquería, su maquillaje y su cara vestimenta. Estaba sola, sentada en la barra y bebiendo algún cóctel raro.
Noté cómo, al creerse no descubierta, me miraba descaradamente de arriba abajo, recorriendo mi atlético y moreno cuerpo mientras una sonrisa pícara la traicionaba.
- Hola, me llamo David – la abordé, sorprendiéndola – No parece que la noche esté muy movida, ¿no?
- Hola, soy Lola – dijo ruborizada y estrechándome mi mano – No, parece tranquilo, aunque en ésta discoteca tampoco se anima mucho más el ambiente.
- ¿Puedo invitarte a una copa, Lola?
- Sí,... claro – tartamudeó algo tímida.

Media hora y dos copas más tarde ya me había enterado que era la dueña de un bufete de abogados de la parte alta de Barcelona, que era soltera y que aunque ella alardeaba que se sentía totalmente realizada, se sentía sola y muy falta de cariño. Yo hacía mis cálculos y cada vez era más caballeroso y encantador.
La saqué a bailar y ella se dejaba llevar y arrimar a mi cuerpo al son de la música. Conforme la noche fue avanzando comprobé en sus miradas embelesadas que ya era mía.
Aquella noche terminó en un hotel de cinco estrellas, bebiendo una botella de champán francés y haciendo el amor hasta el amanecer. Cuando me marché de la habitación le dejé una rosa blanca y una tarjeta con mi número de teléfono.
Al día siguiente recibí su llamada con el pretexto de que me había dejado un pañuelo enredado entre su ropa, y nos volvimos a ver aquél fin de semana, el primero de una serie de encuentros cada vez más seguidos. En nuestras salidas yo intentaba averiguar cosas sobre su vida, su patrimonio, su familia... en cambio era algo reacio a sus preguntas. Unicamente le respondía que mi infancia había sido demasiado dolorosa como para recordarla e intentaba zanjar el tema. Ella parecía entenderlo y se conformaba, demasiado embriagada con el sentimiento de pasión o enamoramiento que la envolvía, y entretenida con el sinfín de detalles, atenciones y regalos con los que la colmaba.
Ayer, poniendo como excusa no encontrarme demasiado bien, iba a cancelar nuestra cita, pero Lola me rogó que nos viésemos y que si no podíamos salir, podíamos quedarnos en su casa. Por fín, a su casa, por primera vez. Protesté sin mucho ahínco hasta que me convenció. Pasamos la tarde tranquilos, sin hacer nada, mientras ella intentaba que me encontrase lo más cómodo posible. Me preparó una cena suave y yo para recompensarla le hice el amor nuevamente.
Me separo de la ventana y voy hacia su estudio. Ayer ví cómo sacaba unos billetes de una cajita de madera que estaba sobre una mesa auxiliar. La abro y con gesto rápido calculo que habrán unos 3.000 euros. Cojo 4 billetes de 100 y vuelvo al salón. Los coloco en mi billetera y sigo investigando sin hacer ruido. Después de quince minutos he guardado repartidos en los bolsillos de mi chaqueta unos cuantos billetes más, un reloj de cadena antiguo, dos pares de pendientes y tres anillos.
Vuelvo a la cocina y me preparo un sandwich. Mientras camino por el pasillo en penumbra sonrío pensando en la gran jugada que ha sido conocer a Lola. Lo que hoy le he robado será sólo calderilla comparado con lo que puedo llegar a conseguir de ella. Me siento en el sofá, tranquilo, relajado. Pero algo que hay sobre una estantería hace que me quede con la boca abierta y con el bocado a medio tragar.
Me levanto poco a poco y me dirijo hacia allí. Cojo un marco antiguo en el que hay una foto de un niño pequeño, de no más de un año y lo miro como en un sueño.
Justo en ése momento noto como Lola se pega a mi espalda y me dice en voz baja:
- Este es el último secreto que te falta conocer de mi vida, cariño. No te lo dije antes porque no es algo fácil de contar. Ese es mi hijo.
Me giro con la foto en la mano y la miro a los ojos sin decir nada.
- Lo tuve cuando era muy joven y mi carrera empezaba a arrancar. No iba a ser una buena madre, así que... bueno, lo dí en adopción. – me mira expectante, esperando un gesto de apoyo.
Después de unos segundos de tensión, la abrazo, le acaricio el pelo, la nuca.
- Me habías asustado, creía que te ibas a disgustar – me dice mirándome con una lágrima incontenible que rueda por su mejilla.
- Claro que no, mi vida – la beso en la frente, la miro a los ojos mientras sigo abrazándola.

Nos besamos y pongo la foto en su sitio. Ella me mira con ojos picantes y baja su mano hacia mi pene, tocándolo, pero yo no le respondo. Le paso mi mano por el cuello y ella entiende mal el significado de mi gesto. Empieza a agacharse pero yo la agarro más fuerte y le digo..... no, no.
Sin mediar otra palabra, estrello su cara contra la pared, que queda manchada por un círculo de sangre mientras ella cae a mis pies inconsciente y la cara desfigurada.
- No, mamá, no. No es eso lo que yo quería de ti.

No hay comentarios: