Aprovechando el día me marcharé al zoológico a ver a los animales. Paso entre todos como si supiera que están pero sin verlos, y acudo a mi sitio favorito: allí está ella, impasible. A veces me llevo el desengaño de que está dentro de la caseta y que no podré verla ése día.
Su imagen dista del resto de animales, es especial: sus ojos son increíblemente grandes (en proporción son hasta grandes para el cuerpo que tiene), su boca es diferente a las demás. Es elegante, es señorita, su piel engancha la mirada y se pierde entre sus manchas de terciopelo.
Lo que más me gusta es el tremendo interés que en el ser humano despierta lo inalcanzable y ella lo es; se mueve con serenidad, sólo ella sabe llegar a lo más alto, donde no llega ninguno del resto de animales a no ser que tenga alas (como los sueños).
Acabo mi visita después de mirarla durante horas sin cansancio. Cuando me decido a salir, miro mil veces atrás para volverla a contemplar. Me enamora su grandiosidad.
Salgo de mi zoo, apago mi pc y espero que llegue el siguiente día de visita para comprar de nuevo la entrada y acceder al mayor de los sueños.
(Por gentileza de Manuel Jesús).
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