Bienvenidos a mi blog particular donde espero que os sintáis como en casa y donde están guardadas muchas cosas buenas y no sólo la esperanza como en la caja de Pandora.

Disfrutad y pasad un buen rato, espero que después de recorrer mi Caja Particular salgáis sabiendo algo más de mí. Y por supuesto, cualquier opinión es bienvenida.

Saludos, un beso y un fuerte abrazo. Elo.

sábado, 21 de febrero de 2009

Pedrito o Pedro

Son las doce de la noche y ya no queda nadie en el edificio del Ayuntamiento. Me he quedado con la excusa de terminar unos papeles urgentes, así que el conserje me ha dado las llaves con una sonrisa para que me encargue yo de cerrar. En éste pequeño pueblo de la provincia de Soria las cosas funcionan así: todos nos conocemos y nadie sospecha de nadie ni de nada.

Estoy en el despacho que pertenece a mi partido, paseándome impaciente arriba y abajo... no llegará el maldito informe – pienso. Me paro delante del ventanal y miro hacia fuera. Las calles empedradas brillan bajo la luz de las farolas y sólo se ven un par de gatos peleándose algo más allá. La alcaldía tiene que ser mía, he de ganar – murmuro – y nadie me la va a arrebatar.
El ruido inconfundible de que está llegando un fax me lleva corriendo hasta la máquina. Espero mientras sale el papel con la respiración contenida. Agarro los 4 folios que se han impreso y empiezo a leerlos.... una sonrisa cada vez más amplia y oscura cruza por mi cara....
Por fin, por fin te tengo en mis manos – digo en voz alta. Meto el informe con cuidado en un sobre, lo guardo en mi americana y me marcho sin ser descubierto.

Todo había empezado hace unos años. O quizás no, quizás siempre había sido así, Javier y yo siempre habíamos estado juntos en todo: en el colegio, en el equipo de fútbol,... en todo... aunque la palabra exacta no es juntos, sino más bien, Javier por delante y yo dos pasos atrás.
El siempre había sido el más educado, el más simpático, el más abierto, el más inteligente, el chico con mejores notas, el mejor deportista.... y después venía Pedro, o Pedrito, como me llamaban todos en el pueblo.

Estudiamos los dos Derecho en la capital pero él aún tenía tiempo para hacer otras cosas, como empezar a moverse por el mundo de la política. Una vez terminamos y volvimos al pueblo, su padre le apoyó para que abriera un bufete y en pocos años se había convertido en el abogado de confianza de todos los vecinos, a la vez que ya se relacionaba con los cargos de poder de la localidad. Yo en cambio no corrí tanta suerte. Mi padre no tenía tantos recursos ni tantas esperanzas depositadas en mí, así que acabé trabajando cómo no a las órdenes de Javier.

El cree que somos amigos, es de ésas personas que confían en la bondad por naturaleza de las personas, y cómo no, de una persona como yo, Pedrito, su compañero de juegos silencioso y tímido. Así que cuando se metió en el partido yo lo apoyé y lo seguí.
Los compañeros enseguida se dieron cuenta del potencial que tenía Javier y empezaron a apoyarlo, así fuimos subiendo en la jerarquía de cargos públicos, él por méritos propios y yo por arrimarme al buen árbol, como suele decirse.

Hasta llegar al año pasado. El alcalde decidió jubilarse y cómo no, apoyó con gran alegría y esperanza a Javier. Javier, a su vez, pensó que el segundo en lista debía ser su amigo Pedrito. Aún recuerdo cómo me lo anunció:
- ¿sabes Pedrito? Creo que siempre has sido un gran compañero y qué mejor apoyo puedo tener que el tuyo para ser mi segundo en éstas elecciones.
- Por supuesto!! ¿quién va a hacer mejor de segundón que yo? – pensaba – Pero llegará un día que las cosas cambiarán, la alcaldía será para mí. Y me llamo Pedro!!!

Aquél mismo día Javier dio un pequeño discurso en la sede del partido. Todo el mundo lo escuchaba alegre y embelesado, menos yo que lo examinaba atentamente, con aquella mezcla de querer aprender y a la vez de querer encontrar algún error en la perfección. Y vaya si lo encontré.
Para todo el mundo pasó inadvertido, pero para la persona que llevaba tantos años observándolo tan de cerca, estaba claro que había algo diferente. Hablaba más lentamente, temblaba ligeramente y miraba el papel escrito más que de costumbre.
Desde entonces lo seguía al salir del trabajo si decía que no se encontraba muy bien, o si iba al médico, hasta que por fin ésta noche mis investigaciones han dado resultado.

Salgo del Ayuntamiento y me dirijo a casa de Javier. Llamo a la puerta y tarda en abrir, pero el semblante de él es relajado al ver que soy yo.
- ¿qué haces aquí a éstas horas, Pedrito?
- Tengo que hablar contigo urgentemente.
- ¿Pero qué pasa? Pasa y hablemos.
- Javier, me acaban de dejar éste sobre en casa, lo han colado por debajo de la puerta.
Javier lo abre y lee el informe médico. Su cara se pone pálida y levanta la vista lentamente.
- ¿no has visto quién lo ha podido dejar?
- Pero, Javier, ¿es cierto? ¿por qué no me lo habías contado? Somos amigos.
- Sí, es cierto, me han diagnosticado Alzheimer en estado avanzado.
- Por el amor de Dios, Javier. ¿cómo te encuentras? Sabes que me tendrás aquí para lo que sea, pero... ¿quién ha podido dejarme éste informe? ¿serán los de la oposición? ¿Y tu salud? Así no te puedes presentar a la alcaldía.
- Tienes razón. Si esto ha llegado a tus manos también pueden saberlo los demás. Creo que la mejor solución será que... tú ocupes mi puesto.
- Pero... yo no podré hacerlo sin ti. Estoy destrozado. Tú eres el alma de nuestro equipo.
- No te preocupes, ya inventaremos algo para mi renuncia. Yo te apoyaré y tú serás nuestro nuevo alcalde. No podría pensar en otro amigo mejor que tú para el cargo.

Nos abrazamos emocionados y me acompaña hasta la puerta. Nos despedimos estrechándonos las manos y Javier cierra la puerta. Camino hacia mi casa lentamente, mirando las calles silenciosas...
- Vecinos, aquí tenéis al señor Pedro, vuestro nuevo Alcalde – digo mientras guardo cuidadosamente los trozos del informe para deshacerme de ellos más tarde en la chimenea de casa.

martes, 3 de febrero de 2009

La Foto


Lola solloza entre mis brazos con los ojos cerrados. Su respiración es agitada pero se va acompasando poco a poco. Relaja las manos que hasta hace un momento me apretaban la espalda y deja caer su cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la almohada. Vuelve a besarme con sus labios todavía hinchados y sonríe satisfecha.
Todavía dentro de ella me apoyo sobre su pecho recuperando el aliento y ella juguetea con un mechón de mi cabello.
- Cariño, cada vez es más increíble que la anterior – me susurra.
- Si, ha estado muy bien – le respondo besándola.
Separamos nuestros cuerpos y ella me da la espalda. La abrazo desde atrás y toco delicadamente sus pechos caídos, algo arrugados, que ya no son lo que en su día fueron. Le acaricio el estómago mientras poso mis labios sobre su hombro. Su respiración es acompasada, se ha dormido rápidamente.

Intento sacar mi brazo de debajo de su cuello sin despertarla y me levanto de un salto. Salgo de la habitación desnudo y voy a la cocina. Abro la nevera y cojo un zumo. Empiezo a pasear por la casa con curiosidad. "Esta vieja está forrada" – pienso. Me asomo a la ventana del salón, está amaneciendo y apagan en ése momento las luces de la ciudad que se extiende a mis pies.
Recuerdo el día que conocí a Lola en aquella discoteca mediocre, llena de gente madura buscando una nueva ilusión. Yo solía dejarme caer por allí algunas veces. Me gustaba notar las miradas de deseo de aquellas mujeres mayores que yo, sentirme el león atrapado que sin embargo es el rey y escoge a sus presas.
Aquella noche no había mucha gente en el local. Me paseé tranquilamente hasta llegar a la barra y pedí un whisky. Entonces la vi a mi lado.
Era una mujer cincuentona, rubia, muy arreglada, queriendo engañar al tiempo con su peinado de peluquería, su maquillaje y su cara vestimenta. Estaba sola, sentada en la barra y bebiendo algún cóctel raro.
Noté cómo, al creerse no descubierta, me miraba descaradamente de arriba abajo, recorriendo mi atlético y moreno cuerpo mientras una sonrisa pícara la traicionaba.
- Hola, me llamo David – la abordé, sorprendiéndola – No parece que la noche esté muy movida, ¿no?
- Hola, soy Lola – dijo ruborizada y estrechándome mi mano – No, parece tranquilo, aunque en ésta discoteca tampoco se anima mucho más el ambiente.
- ¿Puedo invitarte a una copa, Lola?
- Sí,... claro – tartamudeó algo tímida.

Media hora y dos copas más tarde ya me había enterado que era la dueña de un bufete de abogados de la parte alta de Barcelona, que era soltera y que aunque ella alardeaba que se sentía totalmente realizada, se sentía sola y muy falta de cariño. Yo hacía mis cálculos y cada vez era más caballeroso y encantador.
La saqué a bailar y ella se dejaba llevar y arrimar a mi cuerpo al son de la música. Conforme la noche fue avanzando comprobé en sus miradas embelesadas que ya era mía.
Aquella noche terminó en un hotel de cinco estrellas, bebiendo una botella de champán francés y haciendo el amor hasta el amanecer. Cuando me marché de la habitación le dejé una rosa blanca y una tarjeta con mi número de teléfono.
Al día siguiente recibí su llamada con el pretexto de que me había dejado un pañuelo enredado entre su ropa, y nos volvimos a ver aquél fin de semana, el primero de una serie de encuentros cada vez más seguidos. En nuestras salidas yo intentaba averiguar cosas sobre su vida, su patrimonio, su familia... en cambio era algo reacio a sus preguntas. Unicamente le respondía que mi infancia había sido demasiado dolorosa como para recordarla e intentaba zanjar el tema. Ella parecía entenderlo y se conformaba, demasiado embriagada con el sentimiento de pasión o enamoramiento que la envolvía, y entretenida con el sinfín de detalles, atenciones y regalos con los que la colmaba.
Ayer, poniendo como excusa no encontrarme demasiado bien, iba a cancelar nuestra cita, pero Lola me rogó que nos viésemos y que si no podíamos salir, podíamos quedarnos en su casa. Por fín, a su casa, por primera vez. Protesté sin mucho ahínco hasta que me convenció. Pasamos la tarde tranquilos, sin hacer nada, mientras ella intentaba que me encontrase lo más cómodo posible. Me preparó una cena suave y yo para recompensarla le hice el amor nuevamente.
Me separo de la ventana y voy hacia su estudio. Ayer ví cómo sacaba unos billetes de una cajita de madera que estaba sobre una mesa auxiliar. La abro y con gesto rápido calculo que habrán unos 3.000 euros. Cojo 4 billetes de 100 y vuelvo al salón. Los coloco en mi billetera y sigo investigando sin hacer ruido. Después de quince minutos he guardado repartidos en los bolsillos de mi chaqueta unos cuantos billetes más, un reloj de cadena antiguo, dos pares de pendientes y tres anillos.
Vuelvo a la cocina y me preparo un sandwich. Mientras camino por el pasillo en penumbra sonrío pensando en la gran jugada que ha sido conocer a Lola. Lo que hoy le he robado será sólo calderilla comparado con lo que puedo llegar a conseguir de ella. Me siento en el sofá, tranquilo, relajado. Pero algo que hay sobre una estantería hace que me quede con la boca abierta y con el bocado a medio tragar.
Me levanto poco a poco y me dirijo hacia allí. Cojo un marco antiguo en el que hay una foto de un niño pequeño, de no más de un año y lo miro como en un sueño.
Justo en ése momento noto como Lola se pega a mi espalda y me dice en voz baja:
- Este es el último secreto que te falta conocer de mi vida, cariño. No te lo dije antes porque no es algo fácil de contar. Ese es mi hijo.
Me giro con la foto en la mano y la miro a los ojos sin decir nada.
- Lo tuve cuando era muy joven y mi carrera empezaba a arrancar. No iba a ser una buena madre, así que... bueno, lo dí en adopción. – me mira expectante, esperando un gesto de apoyo.
Después de unos segundos de tensión, la abrazo, le acaricio el pelo, la nuca.
- Me habías asustado, creía que te ibas a disgustar – me dice mirándome con una lágrima incontenible que rueda por su mejilla.
- Claro que no, mi vida – la beso en la frente, la miro a los ojos mientras sigo abrazándola.

Nos besamos y pongo la foto en su sitio. Ella me mira con ojos picantes y baja su mano hacia mi pene, tocándolo, pero yo no le respondo. Le paso mi mano por el cuello y ella entiende mal el significado de mi gesto. Empieza a agacharse pero yo la agarro más fuerte y le digo..... no, no.
Sin mediar otra palabra, estrello su cara contra la pared, que queda manchada por un círculo de sangre mientras ella cae a mis pies inconsciente y la cara desfigurada.
- No, mamá, no. No es eso lo que yo quería de ti.