Son las doce de la noche y ya no queda nadie en el edificio del Ayuntamiento. Me he quedado con la excusa de terminar unos papeles urgentes, así que el conserje me ha dado las llaves con una sonrisa para que me encargue yo de cerrar. En éste pequeño pueblo de la provincia de Soria las cosas funcionan así: todos nos conocemos y nadie sospecha de nadie ni de nada.
Estoy en el despacho que pertenece a mi partido, paseándome impaciente arriba y abajo... no llegará el maldito informe – pienso. Me paro delante del ventanal y miro hacia fuera. Las calles empedradas brillan bajo la luz de las farolas y sólo se ven un par de gatos peleándose algo más allá. La alcaldía tiene que ser mía, he de ganar – murmuro – y nadie me la va a arrebatar.
El ruido inconfundible de que está llegando un fax me lleva corriendo hasta la máquina. Espero mientras sale el papel con la respiración contenida. Agarro los 4 folios que se han impreso y empiezo a leerlos.... una sonrisa cada vez más amplia y oscura cruza por mi cara....
Por fin, por fin te tengo en mis manos – digo en voz alta. Meto el informe con cuidado en un sobre, lo guardo en mi americana y me marcho sin ser descubierto.
Todo había empezado hace unos años. O quizás no, quizás siempre había sido así, Javier y yo siempre habíamos estado juntos en todo: en el colegio, en el equipo de fútbol,... en todo... aunque la palabra exacta no es juntos, sino más bien, Javier por delante y yo dos pasos atrás.
El siempre había sido el más educado, el más simpático, el más abierto, el más inteligente, el chico con mejores notas, el mejor deportista.... y después venía Pedro, o Pedrito, como me llamaban todos en el pueblo.
Estudiamos los dos Derecho en la capital pero él aún tenía tiempo para hacer otras cosas, como empezar a moverse por el mundo de la política. Una vez terminamos y volvimos al pueblo, su padre le apoyó para que abriera un bufete y en pocos años se había convertido en el abogado de confianza de todos los vecinos, a la vez que ya se relacionaba con los cargos de poder de la localidad. Yo en cambio no corrí tanta suerte. Mi padre no tenía tantos recursos ni tantas esperanzas depositadas en mí, así que acabé trabajando cómo no a las órdenes de Javier.
El cree que somos amigos, es de ésas personas que confían en la bondad por naturaleza de las personas, y cómo no, de una persona como yo, Pedrito, su compañero de juegos silencioso y tímido. Así que cuando se metió en el partido yo lo apoyé y lo seguí.
Los compañeros enseguida se dieron cuenta del potencial que tenía Javier y empezaron a apoyarlo, así fuimos subiendo en la jerarquía de cargos públicos, él por méritos propios y yo por arrimarme al buen árbol, como suele decirse.
Hasta llegar al año pasado. El alcalde decidió jubilarse y cómo no, apoyó con gran alegría y esperanza a Javier. Javier, a su vez, pensó que el segundo en lista debía ser su amigo Pedrito. Aún recuerdo cómo me lo anunció:
- ¿sabes Pedrito? Creo que siempre has sido un gran compañero y qué mejor apoyo puedo tener que el tuyo para ser mi segundo en éstas elecciones.
- Por supuesto!! ¿quién va a hacer mejor de segundón que yo? – pensaba – Pero llegará un día que las cosas cambiarán, la alcaldía será para mí. Y me llamo Pedro!!!
Aquél mismo día Javier dio un pequeño discurso en la sede del partido. Todo el mundo lo escuchaba alegre y embelesado, menos yo que lo examinaba atentamente, con aquella mezcla de querer aprender y a la vez de querer encontrar algún error en la perfección. Y vaya si lo encontré.
Para todo el mundo pasó inadvertido, pero para la persona que llevaba tantos años observándolo tan de cerca, estaba claro que había algo diferente. Hablaba más lentamente, temblaba ligeramente y miraba el papel escrito más que de costumbre.
Desde entonces lo seguía al salir del trabajo si decía que no se encontraba muy bien, o si iba al médico, hasta que por fin ésta noche mis investigaciones han dado resultado.
Salgo del Ayuntamiento y me dirijo a casa de Javier. Llamo a la puerta y tarda en abrir, pero el semblante de él es relajado al ver que soy yo.
- ¿qué haces aquí a éstas horas, Pedrito?
- Tengo que hablar contigo urgentemente.
- ¿Pero qué pasa? Pasa y hablemos.
- Javier, me acaban de dejar éste sobre en casa, lo han colado por debajo de la puerta.
Javier lo abre y lee el informe médico. Su cara se pone pálida y levanta la vista lentamente.
- ¿no has visto quién lo ha podido dejar?
- Pero, Javier, ¿es cierto? ¿por qué no me lo habías contado? Somos amigos.
- Sí, es cierto, me han diagnosticado Alzheimer en estado avanzado.
- Por el amor de Dios, Javier. ¿cómo te encuentras? Sabes que me tendrás aquí para lo que sea, pero... ¿quién ha podido dejarme éste informe? ¿serán los de la oposición? ¿Y tu salud? Así no te puedes presentar a la alcaldía.
- Tienes razón. Si esto ha llegado a tus manos también pueden saberlo los demás. Creo que la mejor solución será que... tú ocupes mi puesto.
- Pero... yo no podré hacerlo sin ti. Estoy destrozado. Tú eres el alma de nuestro equipo.
- No te preocupes, ya inventaremos algo para mi renuncia. Yo te apoyaré y tú serás nuestro nuevo alcalde. No podría pensar en otro amigo mejor que tú para el cargo.
Nos abrazamos emocionados y me acompaña hasta la puerta. Nos despedimos estrechándonos las manos y Javier cierra la puerta. Camino hacia mi casa lentamente, mirando las calles silenciosas...
- Vecinos, aquí tenéis al señor Pedro, vuestro nuevo Alcalde – digo mientras guardo cuidadosamente los trozos del informe para deshacerme de ellos más tarde en la chimenea de casa.
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